De pie ante la humildad de la tierra
resguardaba la entrada de mi casa,
parte de su cuerpo
descansaba confiado sobre el techo.
Sobre su tronco firme
crecían fuertes sus ramas.
Por las noches mi sueño se mecía en sus hojas
pequeñas y abundantes
En el día su sombra
serena y protectora
me prodigaba cálidos abrazos.
Mi hermano y yo trepábamos a ese árbol,
repartíamos risas a cada rama.
Del leve cosquilleo de nuestros cuerpos
aprendió el amor correspondido,
una felicidad que sintió eterna.
porque soñaba con retener el tiempo en su corteza,
con llenarse de nidos y aprender
los secretos del vuelo de los pájaros.
Ser provedor de vida
de los pequeños mundos
que en torno a su quietud iban naciendo.
El día que lo cortaron me escondí,
no quise ver su cuerpo destrozado,
mi niñez malherida,
el vacío que dejo sobre la tierra
y yo sentía por dentro.
Después no pude hacer más que buscarlo
en cada hoja nueva de papel
que llegaba a mis manos. / Elisa Jara/