El embrión creció muy aprisa y se podía verlo crecer. Echó hojas y tallos, y desarrolló capullos que se abrieron en flores maravillosas y de muchos colores que relucían y fosforecían. Se formaron pequeños frutos que, en cuanto estuvieron maduros explotaron como cohetes en miniatura, esparciendo a su alrededor una lluvia multicolor de chispas de nuevas semillas.
De las nuevas semillas crecieron otra vez plantas, pero de otras formas; parecían helechos o pequeñas palmeras, cactus, colas de caballos , florecillas ordinarias. cada una de ellas resplandecía y brillaba con un color distinto.
Pronto alrededor de Bastián y de la Hija de la Luna, por encima y por debajo de ellos y por todos lados la oscuridad aterciopelada se llenó de plantas luminosas que germinaban y crecían. Una bola incandescente de colores, un nuevo mundo luminoso flotaba en ninguna parte, crecía y crecía, y en su interior más intenso estaban sentados Bastián y la Hija de la Luna, mirando con ojos asombrados el maravilloso espectáculo.
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